Basta con una mirada de una cara y/o un cuerpo cuya simetría y rasgos corresponden a criterios de belleza de los que no somos conscientes para que nuestra corteza orbifrontal se anime, y nuestra glándula suprarrenal libere noradrenalina.
Relacionado con la adrenalina, este mensajero químico del estrés provoca un entusiasmo general: el corazón se acelera, las pupilas se dilatan, el rojo sube a las mejillas, el apetito disminuye y el sueño es agitado.
Pero esta descarga de noradrenalina nos pondría en estado de shock y nos haría huir, si la naturaleza no estuviera tan bien hecha. Ya que esta efusión también va seguida de una descarga de la hormona del placer, que nos motiva y nos da la fuerza para acercarnos al objeto de deseo para que comience la aventura, y más si hay afinidad… (1)
Se ha establecido el contacto, los dos miembros de la pareja hacen su baile nupcial, impulsados por el instinto de reproducción de la especie que busca llevarlos al abrazo sexual (2).
Para ello, la hormona de la felicidad, de nuevo, se apoya en la hormona reproductora masculina y, en menor medida, en los hormonas reproductivas femeninas, tanto en el hombre como en la mujer. Para saber más sobre la hormona reproductora masculina, no deje de consultar el artículo de nuestro blog sobre los 5 mejores potenciadores de la hormona reproductora masculina. El deseo sería efectivamente el resultado de un desequilibrio entre mecanismos llamados “excitatorios” (basados en la hormona de la felicidad, la hormona reproductora masculina y los hormonas reproductivas femeninas) y mecanismos llamados ”inhibitorios” (basados especialmente en la serotonina, la prolactina y los opioides).
En cualquier caso, la relación sexual tiene dos efectos directos posibles:
La primera activa el circuito de recompensa: el miembro de la pareja está relacionado con el placer y con una recompensa fisiológica; su ausencia provoca una carencia o un síndrome de abstinencia. La segunda, de manera diferente, más relacionada con la infancia, provoca un apego, y por tanto también una carencia o síndrome de abstinencia relacionada con la ausencia (3).
Por tanto, en los dos casos es muy probable que la ausencia del ser amado provoque una reacción muy particular: una disminución de los niveles de serotonina… como sucede con las personas que padecen depresión. Es la carencia o el síndrome de abstinencia.
¡Es interesante observar, efectivamente, que el funcionamiento hormonal y comportamental de los amantes es parecido al de los toxicómanos (4)!
Pasada esta primera fase pasional de sexo, de ceguera (no es el amor el que ciega, sino la hormona del amor…), de carencia o síndrome de abstinencia y de encuentros explosivos, o bien la pareja se separa para volver a encontrar, con otros miembros de pareja, esta explosión hormonal del flechazo, o bien la pareja establece una relación de amor duradero… que también lleva consigo toda una serie de reacciones químicas.
A la cabeza de los productos químicos relacionados con la construcción de una relación duradera se encuentra la anandamida. Este neurotransmisor producido por el organismo contribuye a la regulación del estado de ánimo, de la memoria, del apetito, del dolor, de la cognición y de las emociones (5).
Dicho esto, no tiene nada de mágico ni de eterno: para mantener estos niveles de hormona del amor, de hormona de la felicidad, de anandamida y de serotonina en el organismo del ser amado, conviene reproducir lo máximo posible las condiciones de su emergencia inicial. Desde el punto de vista de la sexualidad, hay algunas sustancias estimulantes naturales, como la damiana (por su nombre en latín Turnera aphrodisiaca), que pueden ser un buen apoyo.
La amabilidad, gestos afectuosos, miradas, palabras dulces, momentos de locura pasajera, momentos privilegiados en pareja, admiración recíproca, compartir, baile, encuentros, etc.: las expresiones de afecto y de ternura son en definitiva los principales motores de una relación duradera.
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